Hoy, viernes santo, es noche
de silencio. Silencio por los que sufren
y lloran tantas injusticias, silencio de pueblos enteros sometidos a un trato
humillante, silencio por tanto y tanto amor que se sacrifica cotidianamente. Es el silencio de Jesús muerto en la cruz por
quienes quisieron acallar su voz. Es el
silencio que sientes ante tanto dolor, fruto de la brutalidad de quienes se
ensañan contra los más débiles, desprotegidos e indefensos. Hoy, percibes toda la hondura y la profundidad
del amor y la misericordia de Dios.
¿Cuál es el peso que agobia
tu espalda en esta noche? ¿Cuál es la
carga bajo la cual sientes sometido tu cuerpo, encadenada tu vida? Quizás el peso de esa enfermedad que apareció
de pronto, sin sospechas, y te va consumiendo rápidamente. Quizás la carga de esa otra enfermedad que desde
hace tiempo, lentamente, te va ganando y ya no soportas. Quizás sea tu preocupación por esa joven
adolescente casi niña que carga con un embarazo no deseado. O por ese joven niño que parece encontrar
respuestas a sus preguntas en el alcohol y el vicio.
Quizás tienes que soportar
las largas e interminables colas, ante la guardia en los hospitales, ante la
caja para el pago de jubilación en los bancos, ante los trámites en las
oficinas de tu obra social. Quizás la
preocupación por tu hijo o por tu hija en este momento de decisiones: que si
estudio, que si trabajo, que si espero un tiempo. Quizás tú, joven, cuando ya las decisiones en
tu vida comienzan a tener incidencia sobre ti no encuentres salida a los
problemas que te acosan. Soportas el
peso de responsabilidades para las cuales quizás sientes que no estas
preparado. Tal vez te parezca que ya
nada tiene sentido. Tal vez pienses que
abres el surco en la tierra sólo para ver crecer la gramilla. Tal vez sientas que la carga de tu trabajo ya
es demasiado para ti. Que nada vale la
pena. Que nada vale tu esfuerzo.
Y en esta noche en que el
dolor te parece insoportable, en que el sufrimiento se apodera de tu vida para
no soltarla. En esta noche donde sientes
que ya estás cansado y harto, harta y cansada, de tantas y tantas
preocupaciones, tantos desvelos, tanta miseria en la que parece rodar tu
existencia. En esta noche, en este
momento y a esta hora, estás aquí en busca de consuelo. Has venido con tu carga a cuestas, con el
peso del dolor sobre tu espalda.
Al igual que Simón de Cirene
que carga sobre sus espaldas la cruz de Cristo, tú sigues sus huellas cargando
sobre tu espalda tu propia cruz.
Detente. Levanta tu mirada y dime: ¿qué ves? ¿Alcanzas a percibir el cuerpo de Cristo en
la cruz? Mira, ¿ves su rostro? Ese rostro partido, surcado por las lágrimas
de su sufrimiento, desfigurado por el dolor y la proximidad de la muerte. En ese rostro está también tu dolor y tu
llanto, tu propio rostro partido. Allí
en la cruz también estas tú, oprimido, sufriente, desfigurado, sin apariencia
de persona, sin un mínimo de condición humana; cuerpo maltratado sin gracia ni
belleza, explotado, despreciado y humillado; vida condenada, sin juicio ni
defensa.
Observa, ¿ves las
lastimaduras en sus manos y en sus pies?
Son las marcas de los clavos sí, pero también son los callos de labranza
que hay en tus manos persistentes tras el surco. Mira, y si observas con atención alcanzarás a
ver como el cuerpo de Cristo se dobla cargado por el peso del que sufre. Tu peso.
Ese peso que agobia tu espalda en esta noche. Esa carga bajo la cual sientes tu vida
encadenada.
Cuando hay silencio a tu
alrededor, en el día o en la noche te sobresalta un grito bajado de una
cruz.
La primera vez que lo oíste,
saliste y buscaste y encontraste a un hombre en la agonía de una crucifixión.
Y le dijiste… le dijiste: te
bajaré. Y trataste de arrancar los
clavos de sus pies. Pero él te dijo:
déjalos, déjalos porque no puedo ser bajado hasta que todos los hombres, y
todas las mujeres, y todos los niños vengan a bajarme.
Pero dijiste… es que yo no
puedo soportar tus lamentos. ¿Qué puedo
hacer?
Y él te dijo: vete por el
mundo. Vete por el mundo y dí a cuantos
encuentres que todavía hay un hombre en la Cruz.
¿Cómo?, preguntaste. ¿Qué todavía hay un hombre en la Cruz?
Sí. Hay un hombre en la Cruz. Hay un hombre en la Cruz por la opresión del
hombre por el hombre.
Por la manipulación del
hombre por otro hombre, por la explotación del hombre por el hombre.
Hay un hombre en la cruz
porque hay un niño hinchado por el hambre.
Y porque hay otro niño fuera
de la escuela. Y porque una niña es
violada.
Hay un hombre en la
Cruz.
Hay un hombre en la Cruz
porque hay un alcohólico durmiendo debajo de un puente.
Y porque hay un enfermo sin
atención médica.
Y porque hay un poder
atómico tan intenso que un solo hombre, con apretar un botón, puede destruir la
humanidad completa.
Hay un hombre en la
Cruz.
Hay un hombre en la Cruz
porque un negro es sacado de una iglesia de gente blanca.
Porque hay un hombre que
teme a su libertad.
Porque hay otro hombre que
no siente el dolor de su hermano.
Hay un hombre en la
Cruz.
Porque este mundo… este
mundo lo hizo Dios y en tus manos lo dejó y sin embargo mueren la fe, la
esperanza y el amor.
Hay un hombre en la
Cruz.
Porque hay un cristiano
ocupándose solamente de su salvación y dándole la espalda a su prójimo.
Hay un hombre en la Cruz, y
habrá un hombre en la Cruz mientras exista una iglesia silenciosa ante el dolor
y la opresión.
Entonces… y entonces, ¿quién
está clavado en la Cruz? ¿Quién está
clavado en una cruz?
Es un hombre… es una mujer…
es mi amigo… es mi hermano… eres tú... es… es…
¡Es Dios mismo!
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