En el evangelio según Juan 8:1-12, los escribas y fariseos le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Un detalle bien curioso es que según la ley de Moisés deberían haber traído al hombre también, pero sólo estaba ella. Más allá de las razones o veracidad del hecho, en algo que es de dos sólo se estaba buscando condenar a la mujer, porque también era sabido los casos en que el marido acusaba a su mujer de adulterio para deshacerse de ella, teniendo dos testigos “comprados”. Lo más importante es que ella ya era considerada culpable y querían escuchar de la boca de Jesús qué tenía para decir al respecto. Pero más allá de la “trampa” que le intentaban hacer a Jesús sus enemigos, este relato nos presenta un claro caso de injusticia sexual.
La condena social a la mujer es una de las formas en las que se manifiesta la violencia de género, y así como en el relato de Juan, ante una misma falta siempre es más grave cuando la mujer la lleva adelante. Así es considerado más desagradable una mujer alcohólica que un hombre alcohólico, todos los días hay centenares de padres que abandonan a sus hijos, pero cuando lo hace una mujer, hasta las propias mujeres las crucifican diciendo “¡cómo una madre puede abandonar a su hijo! ¿es que no tiene instinto maternal?”. Ni hablar cuando tomamos temas tan complejos como el aborto, en donde el hombre ni aparece ni la persona que lo ejecuta, o de las mujeres, que cansadas de la violencia de sus maridos, los matan o los mutilan. Al hombre se lo justifica de miles de maneras: si toma, es la presión social, si golpea a su esposa, es porque anda muy nervioso, si viola a una mujer, es que ella lo provocó. Desde la sociedad hay una condena y una re victimización de las mujeres víctimas de violencia en donde las mismas mujeres somos parte.
Nosotras como mujeres somos crueles entre nosotras y alimentamos una sociedad que considera “piola” al hombre que sale todas las noches con una mujer diferente, pero la mujer que hace lo mismo… es una p…
En nuestra sociedad no medimos a los hombres y a las mujeres con la misma vara, tanto cuando hablamos de la condena social, como (y esto es peor todavía) cuando hablamos del sistema legal. No disfrutamos de los mismos derechos, y si bien es más común que a la mujer se le dé la tenencia de los hijos a la hora de un divorcio, es muy difícil lograr tener la patria potestad completa, siempre hay más contemplaciones y justificaciones para el hombre (y lo digo desde mi experiencia personal).
Lo interesante del relato de Juan es que Jesús pone en evidencia a los que trajeron a la mujer y nos deja claramente un mensaje de igualdad en la justicia. Para Jesús faltaba alguien imprescindible para cumplir la Ley de Moisés: el hombre adúltero, la otra persona que también había cometido el delito. Por eso, plantea que si al hombre no lo trajeron para condenarlo, era justo que a la mujer también la dejaran ir. Y la forma que Jesús encuentra para que ninguno de los hombres presentes se atrevan a tocarle un pelo a la mujer fueron las palabras: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”.
Ante este planteo que desde el inicio es injusto, Jesús expone que primeramente es necesario dejar claro que no se puede hablar de justicia si a quien se va a condenar es el más débil, el más vulnerable.
Esto es lo que ha pasado durante siglos y milenios, y que aún hoy sucede. Todavía hay personas que afirman que si el hombre golpea a su mujer es porque ella se lo merece, porque algo habrá hecho o porque es insoportable. Y cuando se intenta ayudar a la mujer víctima de violencia, pero ella ante el temor y la propia dinámica del ciclo de violencia, no se va del lado de su esposo, muchos dicen: “y bueno, parece que al final de gusta”.
Esto mismo sucede con aquellas mujeres que son acosadas, las que son abusadas y las violentadas, hay personas (hombres y mujeres!!!) que justifican al que maltrata, al victimario.
Jesús nos llama a la reflexión, a que antes de juzgar y condenar busquemos la justicia en la igualdad. Que no nos hagamos cómplices de los violentos. Y que acompañemos y ayudemos a quienes son las víctimas en vez de volver a maltratarlas. Hay un largo camino por recorrer y es necesario hablar de la violencia de género, visibilizar los casos y trabajar unidos: hombres y mujeres, porque éste es un tema de tod@s y afecta a tod@s.
Estela Andersen, pastora de la Congregación Evangélica Semillas del Sur
Este artículo fue publicado en la Revista Vida Abundante de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, Noviembre/Diciembre 2016 - Año 121 - Número 6 - Suplemento de la Mujer "Levadura" - Mujeres que nos faltan - Año 16 - N° 92 - Noviembre/Diciembre 2016 - pág. 4
No hay comentarios:
Publicar un comentario