¡Qué lindo que es recibir la visita de un ser amado!
Yo crecí en el campo y tengo en mi mente imágenes de mi infancia que tienen que ver con las visitas esperadas. Recuerdo el ver de lejos el auto de mis tíos y estar esperando ansiosa que llegaran a la chacra, o cómo mis primas iban corriendo al encuentro del nuestro cuando se daban cuenta que estábamos llegando… ¡corrían locas de contentas!
También recuerdo la habitación de huéspedes de nuestra casa, un lugar casi sagrado, al que no podíamos entrar, mismo que no hubiera una visita alojada allí. Tenía algo como sublime… recuerdo a mi madre arreglando las camas, el perfume de sábanas limpias y planchadas, esperando esa visita… y yo corriendo alrededor, conversando… ¡Qué expectativa que generaba! Lo mismo sucedía cuando mi madre preparaba una comida especial para alguna fiesta: “esto es para la visita”, me decía.
Hay muchos tipos de visita, algunas buenas, lindas, esperadas… otras, no tan agradables ni saludables. Algunas visitas son como un humo tóxico, nos dejan agotados/as, saturados/as, a esas no las esperamos ni deseamos.
La visita puede ser sorpresiva o planificada, esperada o inesperada, deseada o indeseada… No siempre el resultado de la visita corresponde a lo esperado, a veces nos defraudamos, nos desilusionamos, otras veces nos sorprendemos gratamente. Pero de alguna u otra forma, la visita nos afecta: positiva o negativamente. Nunca quedamos igual después de una visita.
Cada vez más, por la vida que llevamos sobre todo en las ciudades, las visitas sorpresivas son menos, casi siempre se pautan previamente, y cada vez menos vivimos la experiencia de una visita espontánea. Y cuando sucede es común que digamos: “¿por qué no me avisaste, así me esperaba para recibirte como corresponde?”.
Decimos que visitamos al médico, cuando vamos a una consulta o cuando viene a nuestra casa porque estamos enfermos u operados. Hay una profesión denominada “visitador médico”, que en realidad lo que hace es llevar muestras gratuitas de medicamentos, sobre todo de las novedades. Algo muy diferente a la visita de mis recuerdos de niña…
Una visita no es cualquier cosa: entra en nuestra casa. Esto significa que le abrimos la puerta y entra a nuestra intimidad, a nuestra vida. Por eso hay personas que atienden a la visita desde la puerta de su casa, o desde la reja… porque no quiere que entremos a su vida, no sabemos por qué, las razones pueden ser muchas y diversas...
Hay hogares que son muy hospitalarios, que reciben las visitas sin importarles si la casa está ordenada o limpia, si la persona que se recibe es importante o no. La hospitalidad es la otra cara de una misma moneda: visita y hospitalidad. La visita necesita ser recibida para poder concretar esa visita, necesita de la hospitalidad. Si queda afuera, ya no es una visita.
Hoy recordamos el nacimiento del niño Jesús, Dios que nos visita en Jesús. María y José, de visita obligada en Belén a causa del censo, obedeciendo al edicto de César Augusto, viven la situación dramática de un parto seguramente inesperado… y nadie los recibe, no hay lugar para ellos, no hay un corazón hospitalario…
Así terminan en un establo, José acomoda un rincón y recibe al niño, a Dios que nos visita, encarnado en esa pequeña criatura, que es Jesús.
En el texto de hoy, Zacarías dice: “Bendito el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora… como había prometido”.
Ese pequeño que nace en un establo es la visita de nuestro Dios, tal como lo había prometido, y junto a su visita, nos redime y nos da una fuerza salvadora…
Recién hablábamos de las visitas y su efecto en nosotros. Jesús es una visita que nos cambia la vida, nuestro estado de ánimo, que nos alegra, nos salva de nosotros mismos, de encerrarnos en nuestro egocentrismo… es una visita positiva. En toda visita positiva, también Dios nos visita, como aquella vez…
¿No les ha pasado que una visita les cambie radicalmente el estado de ánimo? ¿No se han sentido mal alguna vez, y que después de una visita positiva se les pasó todo?
Esas son las visitas sanadoras, visitas de Dios, que lo sigue haciendo, que nos alivian y refrescan el alma…
Dios, a través de los profetas, prometió que un Salvador vendría a liberarnos, a darnos paz, a iluminar nuestras vidas. Y Jesús vino…
Vino para “… que su pueblo conozca la salvación mediante el perdón de los pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite la Luz de lo alto, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, y de guiar nuestros pasos por el camino de la paz”, según las palabras de Zacarías, que estaba lleno del Espíritu Santo.
En su misericordia Dios nos saca de las tinieblas en las que vivimos, nos saca de ese estado egocentrista e individualista para descubrir que en el mundo hay otras personas que necesitan de nosotros/as, que nos dan alegría, amor, contención. Jesús nos visita con su Luz y con ella guía nuestros pasos por el camino de la paz. Eso es lo que celebramos en la Navidad. La visita de Dios, de la Luz, que nos trae paz y transforma nuestras vidas, nos saca de las sombras de la muerte.
Hoy más que nunca necesitamos transitar en el camino de la Paz. Hoy más que nunca necesitamos de la visita de Dios que nos saque de la muerte en la que estamos viviendo. Tenemos miedo de la muerte, sentimos que nos amenaza. Vivimos encerrados y desconfiados los unos de los otros/as. Vivimos aferrados a las pantallas de nuestros celulares, de la televisión, de las computadoras. En nuestras casas ponemos más y más luces y rejas. Hemos evolucionado en las ciencias, la tecnología, pero nos estamos deshumanizando. Estamos iluminados por las luces que nosotros mismos generamos, y no nos damos cuenta de que la verdadera Luz sólo la da Jesucristo, la verdadera Paz, la da nuestro Príncipe de Paz.
En esta Navidad abramos nuestras puertas y nuestros corazones para recibir su visita… la necesitamos… necesitamos que nos vuelva más humanos, que nos libere de tantas ataduras que sentimos que nos dan seguridad. Jesús, la Luz nos visita de lo alto, viene a nosotros para que dejemos nuestros miedos, dudas, desconfianza de lado. Que confiemos en él para que nos guíe, nos transforme.
Necesitamos volver a mirarnos a los ojos como humanidad. Encontrar en el otro, la otra, un ser igual a mí, con sueños, riquezas, inseguridades, dudas… ver en las demás personas a alguien por quien Jesús también vino de visita. Dejemos de lado la discriminación y los preconceptos, porque eso sólo nos aleja de la Luz, sólo nos hace caminar en sombras de muerte.
Vivimos en un sistema, creado por nosotros, pero que nos está destruyendo, y que necesita que desconfiemos los unos de los otros. Que anunciemos nuestra visita y perdamos la espontaneidad y la frescura de vivir en la Paz de Dios, descansando en él.
Estamos celebrando la Navidad, recordando el nacimiento de Jesús, esa vez que Dios mismo visitó la tierra como un ser humano. Pero junto con esto recordamos la promesa del regreso de Jesucristo en toda su gloria, ese momento en donde por fin el mensaje de paz llegará hasta los confines de la tierra… pero todavía falta, porque no estamos caminando en la luz, dando un verdadero testimonio cristiano. Abramos nuestros corazones para que Jesús habite allí, dejemos que nos transforme con su visita, para que aprendamos a ser más hospitalarios y menos preconceptuosos. ¡Feliz Navidad! Amén.
Sermón fue predicado en todas las comunidades de la Congregación, y preparado y publicado en Predigten Goettingen im internet http://www.predigten.uni-goettingen.de/predigt.php?id=6855&kennung=20161224es
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