“Cuida tu mente más que nada en el mundo, porque ella es fuente de vida.” Proverbios 4,23
Un pensamiento puede transformar nuestro entorno, cambiar el curso de los acontecimientos. Un pensamiento, por pequeño que sea, puede cambiar nuestras actitudes y la de otros. Podemos pensar el bien o el mal, y ambos, sabemos, tendrán consecuencias que se verán expresadas en nuestros actos. Por un pensamiento que emana de nuestra mente podemos crear y también destruir. Se cuenta que “el gran artista Miguel Ángel tardó mucho tiempo en dar los últimos toques a una de sus obras más famosas. Cierto amigo que lo visitaba casi todos los días le preguntaba siempre: ¿Qué has hecho hoy? A lo cual el maestro contestaba: Hoy he perfeccionado ese detalle en la mano, he mejorado la sombra en aquella arruga, he arreglado la luz en aquella parte del vestido, etcétera. Pero esas son pequeñeces, dijo un día el visitante. Ciertamente, contestó Miguel Ángel; pero la perfección se hace de pequeñeces; y la perfección no es ninguna pequeñez.” Todo el pensamiento del artista estaba puesto en esos pequeños detalles que, sabía, tendrían un valor incalculable en la obra una vez que esta estuviera finalizada. Así también cada uno de los pensamientos que emanan de nuestra mente, por pequeños que sean, obraran como consecuencia en la perfección de la tarea. En la consecución del Reino, cada gesto, cada palabra, cada acto donde podamos hacerlo presente, por pequeño que sea, hará posible allanarle el camino. Allí donde, al igual que el artista, estemos atentos a perfeccionar los pequeños detalles, a cuidar nuestra mente para que de ella manen pensamientos positivos, allí se hará presente Cristo, fuente de vida.
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