“Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y canten y alaben de todo corazón al Señor.” Efesios 5,19
Cierta vez “un muchacho que siempre asistía a los cultos, salió disgustado de los himnos escuchados durante el servicio, y le dijo a su padre: Papá, ¿por qué cantan himnos tan feos? Si no te gustan, le contestó su padre, escribe otros mejores. Isaac Watts, que así se llamaba el muchacho, no se disgustó sino que, por el contrario, ese mismo día escribió un himno y lo llevó para que lo cantaran en la iglesia. El himno gustó tanto, que rogaron al muchacho que escribiera otros, a lo cual él accedió gustoso. Escribía himnos cada vez que sentía deseos de hacerlo, y continuó escribiendo durante toda su vida. Este muchacho, a los siete años estudiaba gramática y latín; a los nueve aprendió el griego; a los diez el francés; y a los trece el hebreo. A los veinticuatro años predicó su primer sermón y continuó predicando y escribiendo himnos hasta una edad avanzada, pues murió a los setenta y cuatro años.” Uno de sus himnos más conocidos es ‘Al contemplar la excelsa cruz’, que dice: “Al contemplar la excelsa cruz en que el divino rey murió, cuantos tesoros ven la luz con gran desdén contemplo yo. No me permitas, Dios, gloriar más que en la muerte del Señor: Lo que más pueda ambicionar pronto abandono por su amor. De su cabeza, manos, pies, preciosa sangre allí corrió; corona vil de espinas fue la que Jesús por mí llevó. El mundo entero no será presente digno de ofrecer: Amor tan grande y sin igual en cambio exige todo el ser.”
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