“Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o
aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y
menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las
riquezas” (Jesucristo, Lucas 16:13).
“Porque los que quieren enriquecerse caen en
tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que
hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque
raíz de todos los males es el amor al dinero” (San Pablo,
1Timoteo 6:9-10).
En las novelas de ciencia ficción muchas veces aparece el temor de que máquinas creadas por el ser humano terminen por dominarlo y destruirlo. Esto, sin embargo, ya está pasando, sólo que esas máquinas no son las computadoras de “Matrix” sino el sistema financiero global. El dinero, convertido en un dios que todo lo puede, se erige como el gran ídolo al cual hay que subordinar todo bien, sacrificar toda vida. Este fallo es el reflejo de la idolatría de este tiempo. Mayor inseguridad que la que nos amenaza en las calles es la que se gesta en los sofisticados despachos de magnates financieros y magistrados complacientes.
El Evangelio de Jesucristo, que nos habla de la salvación espiritual, nos alerta sobre esta esclavitud voluntaria de quien se deja someter por este ídolo. Ya varias iglesias que forman esta Federación han señalado las injusticias que provoca el neoliberalismo económico. Niegan a Dios, y a la propia condición humana, quienes ponen su vida al servicio del lucro desmedido. Cuando sólo el afán de ganancias mueve al mundo y a las personas, todo otro valor le queda supeditado. Incluso la sustentabilidad del mundo creado y de la vida de los seres humanos entra en riesgo. El afán y la codicia no es sólo un pecado individual: también terminan destruyendo a los demás seres humanos, destruyendo la convivencia social y el sustento natural. Y esto no es sólo en el caso de las finanzas especulativas, sino de toda economía que haga de la acumulación ilimitada y la riqueza individual su centro, en lugar de servir a la sustentabilidad de todos los seres humanos y la integridad del mundo natural. Las políticas económicas de nuestro país, pasadas y presentes, deben también ser miradas con este sentido.
Por eso afirmamos desde el Evangelio, frente a la supuesta justicia de un juez y una corte, que no hay justicia cuando se paga a los ricos con el pan de los pobres. Sabemos que no hay ley que pueda obligarnos a sacrificar la sangre de inocentes por el pecado de los codiciosos. Reconocemos que nuestra deuda fundamental es con los millones de seres humanos que aún viven en condiciones precarias, en el hambre y la miseria, sometidos a la explotación y la exclusión, a la discriminación y la violencia, que son nuestros hermanos y hermanas en quien Jesús se nos presenta con su reclamo de amor.
Por la Federación Argentina de Iglesias Evangélicas,
Federico Schäfer Néstor O. Míguez
Secretario Presidente
No hay comentarios:
Publicar un comentario