«¡Saca al hombre que ha entrado en tu casa! ¡Queremos acostarnos con él!»
El dueño de la casa salió y les dijo:
«¡No, hermanos míos! ¡Yo les ruego que no le hagan daño a este hombre! ¡Es mi huésped! ¡No cometan tal perversidad! Miren, tengo una hija que es virgen, y también está aquí su mujer. Ahora mismo las voy a sacar, para que hagan con ellas lo que les parezca. ¡Pero no cometan una infamia con este hombre!»
Pero como aquellos hombres no le hicieron caso al anciano, el levita tomó a su mujer y la sacó, y ellos la violaron durante toda la noche y hasta la mañana. Al rayar el alba, la dejaron en paz. Antes de amanecer, la mujer llegó hasta la puerta de la casa del anciano, donde estaba su marido, y allí cayó muerta, hasta que amaneció.
Por la mañana, el levita se levantó y abrió las puertas, dispuesto a seguir su camino. Fue entonces cuando vio que su concubina estaba tendida a la entrada de la casa, con las manos sobre el umbral de la puerta. Entonces le dijo:
«¡Levántate, y vámonos!»
Pero como ella no respondió, el levita la levantó, la echó sobre su asno, y se fue a su tierra. Al llegar a su casa, tomó un cuchillo y descuartizó a su mujer en doce pedazos, y repartió los pedazos por todo el territorio de Israel. Todos los que veían eso, decían: «Desde que los israelitas llegaron de Egipto, y hasta nuestros días, ¡jamás se había visto que alguien hiciera algo así! Esto da en qué pensar. Tenemos que ponernos de acuerdo, y actuar!»"
Sin duda esta historia nos choca, nos provoca repudio, pero a la vez, no nos es extraña…
Por un lado está la idea que es más grave el abuso sexual a un varón que a una mujer, más humillante. Sospecho que viene del mito de que es el antecedente de la homosexualidad masculina, pero a la vez se suma a la naturalización del abuso sexual a la mujer. Las mujeres tomamos como parte del ser mujer tener relaciones sexuales no consentidas incluso dentro del matrimonio, dejar que el hombre “se saque las ganas” mientras que nuestra cabeza vuela lejos del dolor, de la humillación, del abuso. Por eso el anciano no entrega al levita a la horda que reclama fuera de su casa y ofrece a la mujer de él y a su propia hija, que aún no había tenido relaciones sexuales, porque considera el abuso sexual entre varones como una “perversidad”, una “infamia”; no así el de hombres sobre mujeres, con quienes sí pueden “hacer lo que les parezca”. Por eso el levita saca a su mujer afuera, obedeciendo al anciano que los había alojado… a pesar de que la había buscado de la casa de sus padres para que volviera a su casa…
Finalmente cuando la mujer del levita muere en la puerta ultrajada y violentada, el marido la lleva sobre su asno a su casa, y en un acto de repudio la descuartiza en 12 partes, y la reparte en todo Israel. Al sacarla de la casa del anciano no mide las consecuencias… y la pierde para siempre…
Una y otra vez arrojamos a las mujeres en manos de hombres violentos y luego repudiamos su muerte, pero ése es el resultado final. La violencia comienza antes, y está institucionalizada, naturalizada. Es necesario que tomemos conciencia de esto “Tenemos que ponernos de acuerdo, y actuar”, como finaliza el texto.
Ni una menos es el lema que nos convoca, y pensamos en femicidios. Pero Ni una menos significa igualdad de género, y eso requiere, incluso de nosotras las mujeres, un cambio de mentalidad.
relata la historia de un levita que vivía en el extranjero que toma de concubina a una mujer de Judá. Ellos tienen vaivenes como pareja por lo que la mujer decide volver a la casa de sus padres. Luego de un tiempo su marido la va a buscar y después de varios días logra convencerla. De regreso a su casa deciden pasar la noche en Guimbeá, allí un anciano los invita a su casa, y es ahí en donde ocurre un hecho espeluznante (21-30): “… les dio de comer a sus asnos; luego ellos se lavaron los pies, y comieron y bebieron. Pero cuando estaban disfrutando de todo, unos hombres corruptos de la ciudad rodearon la casa, golpearon la puerta, y le gritaron al anciano, dueño de la casa:
«¡Saca al hombre que ha entrado en tu casa! ¡Queremos acostarnos con él!»
El dueño de la casa salió y les dijo:
«¡No, hermanos míos! ¡Yo les ruego que no le hagan daño a este hombre! ¡Es mi huésped! ¡No cometan tal perversidad! Miren, tengo una hija que es virgen, y también está aquí su mujer. Ahora mismo las voy a sacar, para que hagan con ellas lo que les parezca. ¡Pero no cometan una infamia con este hombre!»
Pero como aquellos hombres no le hicieron caso al anciano, el levita tomó a su mujer y la sacó, y ellos la violaron durante toda la noche y hasta la mañana. Al rayar el alba, la dejaron en paz. Antes de amanecer, la mujer llegó hasta la puerta de la casa del anciano, donde estaba su marido, y allí cayó muerta, hasta que amaneció.
Por la mañana, el levita se levantó y abrió las puertas, dispuesto a seguir su camino. Fue entonces cuando vio que su concubina estaba tendida a la entrada de la casa, con las manos sobre el umbral de la puerta. Entonces le dijo:
«¡Levántate, y vámonos!»
Pero como ella no respondió, el levita la levantó, la echó sobre su asno, y se fue a su tierra. Al llegar a su casa, tomó un cuchillo y descuartizó a su mujer en doce pedazos, y repartió los pedazos por todo el territorio de Israel. Todos los que veían eso, decían: «Desde que los israelitas llegaron de Egipto, y hasta nuestros días, ¡jamás se había visto que alguien hiciera algo así! Esto da en qué pensar. Tenemos que ponernos de acuerdo, y actuar!»
Sin duda esta historia nos choca, nos provoca repudio, pero a la vez, no nos es extraña…
Por un lado está la idea que es más grave el abuso sexual a un varón que a una mujer, más humillante. Sospecho que viene del mito de que es el antecedente de la homosexualidad masculina, pero a la vez se suma a la naturalización del abuso sexual a la mujer. Las mujeres tomamos como parte del ser mujer tener relaciones sexuales no consentidas incluso dentro del matrimonio, dejar que el hombre “se saque las ganas” mientras que nuestra cabeza vuela lejos del dolor, de la humillación, del abuso. Por eso el anciano no entrega al levita a la horda que reclama fuera de su casa y ofrece a la mujer de él y a su propia hija, que aún no había tenido relaciones sexuales, porque considera el abuso sexual entre varones como una “perversidad”, una “infamia”; no así el de hombres sobre mujeres, con quienes sí pueden “hacer lo que les parezca”. Por eso el levita saca a su mujer afuera, obedeciendo al anciano que los había alojado… a pesar de que la había buscado de la casa de sus padres para que volviera a su casa…
Finalmente cuando la mujer del levita muere en la puerta ultrajada y violentada, el marido la lleva sobre su asno a su casa, y en un acto de repudio la descuartiza en 12 partes, y la reparte en todo Israel. Al sacarla de la casa del anciano no mide las consecuencias… y la pierde para siempre…
Una y otra vez arrojamos a las mujeres en manos de hombres violentos y luego repudiamos su muerte, pero ése es el resultado final. La violencia comienza antes, y está institucionalizada, naturalizada. Es necesario que tomemos conciencia de esto “Tenemos que ponernos de acuerdo, y actuar”, como finaliza el texto.
Ni una menos es el lema que nos convoca, y pensamos en femicidios. Pero Ni una menos significa igualdad de género, y eso requiere, incluso de nosotras las mujeres, un cambio de mentalidad.
Pastora Estela Andersen
Reflexión bíblica de "Levadura" - #Ni una menos
suplemento de la Revista de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata "Vida Abundante"
Septiembre/Octubre 2016 - Año 121 - Número 5
"Reforma y Educación"
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