Adviento – La esperanza
La Historia de la Salvación parece calcada sobre uno de los sentimientos más universales de los seres humanos, la esperanza. En lugar de llegar el Mesías a la Tierra sorpresivamente, un larguísimo período de preparación lo precedió. Como si Dios hubiera querido valorizarlo, haciendo que su Pueblo lo deseara intensamente. Se puede decir que aquella larga vigilia comenzó en el destierro en Babilonia, durante el cual esperaba un Mesías que los liberara de la esclavitud y restaurara el reinado de David. En su idioma, Mesías significaba el Ungido o consagrado, vocablo que los primeros cristianos tradujeron por Cristo. Con los años, el significado del Mesías como libertador material se fue espiritualizando, aunque siempre quedó la ilusión de que vendría a restaurar el Reino de Israel. Y así, durante siglos, los hebreos vivieron en una perspectiva histórica gigante, lo que tantos hombres y mujeres viven en lo cotidiano de sus vidas, esperando la llegada de un hijo, su crecimiento, el retorno de un ser querido, el resultado de un trabajo, la mejoría de una enfermedad... Al llegar la plenitud de los tiempos Jesús de Nazaret engarza los sentimientos de esperanza en la antigua tradición hebrea, pero abriéndolos a una nueva perspectiva: nosotros sabemos que el Mesías que esperamos es aquél a quien el Padre santificó y envió al mundo. No se podría comprender la vida humana sin la esperanza. Se puede decir que el hombre en su vida está en espera constante. La esperanza marca el camino de la humanidad, aunque para los cristianos está animada por una certeza: Todos verán la salvación de Dios. Ahora bien, la religión cristiana tiene la particularidad de hacernos revivir sus misterios, de alguna manera como lo hacían las antiguas religiones con sus ritos esotéricos. Pero entre nosotros, no se trata de ritos mágicos, sin consecuencias en la vida, sino de celebraciones que producen en nuestra alma las gracias que anuncian. No deja de maravillarnos cómo Dios asume la vivencia tan humana de la esperanza, para elevarnos a la expectativa y deseo de su venida. Por eso el Año Litúrgico incorporó desde la antigüedad el Tiempo de Adviento, que nos prepara interiormente a la Navidad. Adviento, que quiere decir presencia, llegada, venida, es un tiempo que nos invita a detenernos en silencio para percibir una presencia, que nos impulsa a comprender el sentido del tiempo y de la historia, como ocasión favorable para nuestra salvación. Somos invitados a re descubrir la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana, que será para nosotros tanto más atractiva cuanto más conozcamos el rostro de Dios. Cimentada en la fe, ella es suficientemente fuerte y valiosa como para sobreponerse a todos los problemas, sufrimientos e interrogantes de la vida presente. Pero la esperanza cristiana no es un mero sentimiento. Se complementa y perfecciona con la preparación del camino por el que Dios llega a nuestra vida. Siglos antes de las máquinas topadoras que rellenan valles y rebajan colinas, los Profetas y Juan el Bautista ya anunciaban: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos...que lo torcido se enderece, lo áspero se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.
Mauricio Grandval.
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