“Cuando un Papa alcanza la clara conciencia de no estar bien física y espiritualmente para llevar adelante el encargo confiado, entonces tiene derecho en algunas circunstancias también el deber de dimitir”.
Afirmación de Benedicto XVI en el libro: “Luz del Mundo”, de Peter Seewald.
“Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie”.
Derecho Canónico (la Constitución eclesiástica), canon 332, 2
El pasado lunes 11 de febrero fuimos sorprendidos por una inusual actitud de parte del Obispo de Roma: su renuncia oficial como Sumo Pontífice de la Iglesia Católico Romana a partir del 28 de febrero de 2013. Tuvieron que pasar casi 500 años, desde que Gregorio XII hiciera lo mismo en 1515, para que se diera un hecho similar. Y, si bien esta decisión despierta debates, genera sospechas y anima las más verosímiles como fantasiosas de las interpretaciones, el hecho es uno: el Obispo de Roma puede renunciar, siempre que lo haga en las condiciones establecidas por el Derecho Canónico y, lo que es más importante de todo, “que [la misma] no sea aceptada por nadie”. La Edad Media instalada en medio de la posmodernidad.
Casi ocho intensos y breves años, distancian a Benedicto XVI de los 26 de Juan Pablo II. Treinta y cuatro años que no dejan marca de cambios significativos. En este tiempo se profundizaron mucho más los desencuentros que la búsqueda de la unidad de la iglesia y la especificidad de cada una de ellas al interior del movimiento ecuménico; la promoción de un testimonio creíble de la fe junto a los ministerios que ello demanda (ordenación de la mujer, por ejemplo) y la urgente necesidad de sentar las bases para un diálogo abierto y confiable con las grandes preguntas y búsquedas de la gente de nuestro tiempo. En una palabra, asumir las tensiones y los conflictos del tiempo que le es dado a cada generación encargada de conducir el rumbo de la comunidad de fe que le es confiada. Hay que aliviar la carga de medioevo que todavía pesa tanto en la organización como en el propio ejercicio del poder al interior de la Iglesia y en el propio Estado del Vaticano. Vayan a modo de ejemplo los casos de prohibiciones de pensamiento y de reflexión, como por ejemplo los de Leonardo Boff en Brasil y Hans Küng en Alemania.
Existe un clamor que lleva medio siglo de oídos sordos en el Vaticano, ese pequeño Estado europeo de 44 hectáreas: la profundización del Concilio Vaticano II (1962). Si el Concilio impuso una hoja de ruta para el diálogo con la cultura; con las demás expresiones de la fe cristiana; con el judaísmo y el Islam, entre otras, Juan Pablo II como Benedicto XVI prefirieron el retorno al interior de la Iglesia Católico Romana como un refugio contra la modernidad y la secularización dejando una deuda enorme en cuanto a preguntas que quedaron sin respuesta por parte de la Iglesia. Quienes esperamos un nuevo Concilio para celebrar su cincuentenario, quedamos esperando.
Los hermanos católico romanos están frente a un desafiante escenario. Cedo la palabra a Ivone Gebara, brillante pensadora de la Iglesia Católico Romana brasilera, quien escribe en un artículo circulado en Internet por ADITAL:“Me gustaría que la actitud loable de la renuncia de Benedicto XVI pueda ser vivida como un momento privilegiado para convidar a las comunidades católicas a repensar sus estructuras de gobierno y los privilegios medievales que esa estructura todavía ofrece. Esos privilegios tanto del punto de vista económico como del poder político y socio cultural mantienen el papado y el Vaticano como un Estado masculino totalmente independiente. Pero un Estado masculino con representación diplomática influyente y servido por millares de mujeres a través del mundo en las diferentes instancias de su organización. Ese hecho nos convida igualmente a pensar sobre el tipo de relaciones sociales de género que ese Estado continua manteniendo en la historia social y política de la actualidad”.(Traducción propia del portugués del artículo de Ivone Gebara, 13.02.2013). Y a lo dicho por Ivone, agregaría que ese Estado es, además, una institución eurocéntrica. ¿Sigue siendo viable ese modelo de Iglesia-Estado, si es que alguna vez lo fue? De poco sirve saber de dónde será el nuevo Pontífice que resulte electo si no se ha hecho, por lo menos, estas preguntas y lo diga. Sería fantástico. Entonces estaríamos al comienzo de un nuevo tiempo. Porque todo lo bueno que le pueda ocurrir a la Iglesia Católico Romana, será bueno para quienes buscan en ella la comunión perdida. Pero no se trata de una comunión intimista y medieval, sino más bien una comunión para el servicio y para el testimonio por causa del Reino.
Pastor Juan Abelardo Schvindt
Iglesia Evangélica del Río de la Plata
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