miércoles, 30 de septiembre de 2020

Calma tras la tormenta

“El monte Sión es un montón de ruinas; en él van y vienen las zorras.” Lamentaciones 5,18

“Al aproximarse a Jerusalén dos rabinos vieron una zorra que corría en el monte Sión. Uno de los rabinos, llamado Josué, se puso a llorar; pero el otro llamado Eleazar, se rió. ¿Por qué te ríes?, preguntó el que lloraba. ¿Y por qué lloras?, preguntó el que reía. Lloro, dijo el primero, porque veo el cumplimiento de lo que dice el libro de las Lamentaciones, pues el monte Sión está desolado y las zorras corren por él. Pues por la misma causa estoy riéndome, contestó el rabino Eleazar, pues cuando con mis propios ojos veo que Dios ha cumplido sus amenazas al pie de la letra, aumenta mi seguridad de que ninguna de sus promesas dejará de cumplirse: porque siempre está más dispuesto a manifestar su misericordia que a manifestar su severidad.” Un mismo acontecimiento, dos miradas que lo interpretan. Un mismo problema, una dificultad, dos respuestas. Muchas veces ocurre que frente a los acontecimientos difíciles, ante los problemas que nos rodean y angustian, surge la posibilidad de una respuesta negativa y otra positiva. Ante un mismo hecho, ante una misma zorra que corre por delante, dos interpretaciones contrapuestas. Surge el llanto, pero, también, la risa. La zorra es señal visible que aquello que ha sido profetizado está pronto a cumplirse, pero, a su vez, más allá de esa señal que en apariencia es destrucción y muerte, se levanta enhiesta la esperanza: Las promesas de Dios no dejarán de cumplirse, ahora bien, Él siempre está más dispuesto a manifestar su misericordia que a manifestar su severidad. Siempre sobreviene la calma tras la tormenta. 

lunes, 28 de septiembre de 2020

¿Qué tipo de espiga somos?

“Pero Dios nos ayuda más con su bondad, pues la Escritura dice: Dios se opone a los orgullosos, pero trata con bondad a los humildes.” Santiago 4,6

“Iba un labrador a visitar sus campos para ver si estaban en sazón la cosecha. Había llevado consigo a su pequeña hija, Luisita. Mira, papá, dijo la niña sin experiencia, cómo algunas de las cañas de trigo tienen la cabeza erguida y altiva; sin duda serán las mejores y las más distinguidas: esas otras de su alrededor, que la bajan casi hasta la tierra, serán seguramente las peores. El padre cogió algunas espigas y dijo: Mira bien, hija mía: ¿ves estas espigas que con tanta altivez levantan la cabeza? Pues están enteramente vacías. Al contrario, estas otras que la doblan con tanta modestia, están llenas de hermosos granos. El sabio y el bueno son humildes: la soberbia es propia del ignorante y del malo.” Frente a la vida, y frente aquellos que nos rodean, tenemos la posibilidad de actuar y relacionarnos ya sea con humildad o con soberbia. Del resultado de nuestra actitud dependerá si hemos sabido dar muchos o pocos frutos. No por más erguidos y altivos que permanezcamos ello redundará en beneficio. Al contrario, a menudo ocurre que la soberbia nos impide ver lo que ocurre y sucede a nuestro lado. En cambio, siendo humildes y generosos, abriendo nuestros brazos y corazones hacia aquellos que nos rodean, esto permite al grano ser fecundo. Por eso, la manifestación del Reino de Dios encuentra terreno propicio en los corazones de aquellos que se vacían de sí mismos para ser llenos de su bondad y misericordia. Entonces, hermanos, ¿cómo se encuentran hoy nuestras espigas? 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Manantial de agua viva

“El último día de la fiesta era el más importante. Aquel día Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte: Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.” Juan 7,37-38

Se cuenta que “recorriendo los caminos del país de Gales iba un ateo, el señor Hone; iba a pie y al caer la tarde sintióse cansado y sediento. Se detuvo a la puerta de una choza donde una niña estaba sentada leyendo un libro. Le pidió el viajero agua; la niña le contestó que si gustaba pasar su madre le daría también un vaso de leche. Entró el señor Hone en aquel humilde hogar donde descansó un rato y satisfizo su sed. Al salir vio que la niña había reasumido la lectura, y le preguntó: ¿Estás preparando tu tarea pequeña? No señor,  contestó la niña, estoy leyendo la Biblia. Bueno ¿te impusieron de tarea que leyeras unos capítulos? Señor, para mí no es tarea leer la Biblia, es un placer. Esta breve plática tuvo tal efecto en el ánimo del señor Hone, que se propuso leer él también la Biblia, convirtiéndose en uno de los más ardientes defensores de las sublimes verdades que ella enseña.” En nuestro tránsito por el desierto de la vida, a menudo sobreviene la sed más abrasadora. Cansados y sedientos sentimos nuestras fuerzas desfallecer y, pareciera, no obtener solución a nuestros pesares. Es allí donde brota de la roca enhiesta que es Jesucristo el manantial de agua viva, testimonio del cual hallamos en la Biblia. Agua que, sabemos, es capaz de saciar nuestra sed más profunda. 

martes, 22 de septiembre de 2020

La torre del arrepentimiento

“…Juan pasó por todos los lugares junto al río Jordán, diciendo a la gente que ellos debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados.” Lucas 3,3

En las cercanías de Hoddam Castle, Dumfrieshire (Escocia), había una torre llamada La Torre del Arrepentimiento. Se refiere que en cierta ocasión un barón inglés, al caminar cerca de ese castillo, vio a un pastorcito que estaba tendido sobre el césped y leyendo atentamente la Biblia. ¿Qué estás leyendo, muchacho?, preguntó el transeúnte. La Biblia, señor, respondió el niño. ¡La Biblia! Tú debes ser más sabio que el cura párroco. ¿Puedes decirme cuál es el camino para ir al cielo? En seguida el pastorcito, sin desconcertarse por el tono burlón de aquel hombre, repuso: Sí señor, puedo: usted debe tomar el camino hacia aquella torre. El barón se dio cuenta de que el niño había aprendido muy bien la lección de su libro, y después de pronunciar una insolencia siguió su camino en silencio. Lector: ¿Ya has estado en La Torre del arrepentimiento? Si no..., pues ya sabes: debes entrar en ella...” La exhortación del profeta es clara: Hay que volverse a Dios en busca del perdón. Recibir el bautismo como señal de ello. Esto requiere un profundo examen de conciencia. El poder pensar cómo estamos, cual es nuestra condición. Y, cada vez que examinamos nuestras vidas, ver aquellas actitudes que nos separan de Dios y del hermano, y, así, arrepentirse de las mismas. La Biblia, Palabra de Dios, es la guía que nos permite conocer y vislumbrar nuestro yerro. La humildad, la condición que permite aceptar nuestra condición y encaminar nuestros pasos hacia el perdón de Dios. 

sábado, 19 de septiembre de 2020

El alfiler y la aguja

“No dejen de amarse unos a otros como hermanos.” Hebreos 13,1

Cierta vez: “Un alfiler y una aguja encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada qué hacer, empezaron a reñir, como suele suceder entre gentes ociosas, entablándose la siguiente disputa: ¿De qué utilidad eres tú? Dijo el alfiler a la aguja; y ¿cómo piensas pasar la vida sin cabeza? Y a ti, respondió la aguja en tono agudo, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo?  ¿Y de qué te sirve un ojo si siempre tienes algo en él? Pues yo, con algo en mi ojo, puedo hacer mucho más que tú. Sí; pero tu vida será muy corta, pues depende de tu hilo. Mientras hablaban así el alfiler y la aguja, entró una niña deseando coser, tomó la aguja y echó mano a la obra por algunos momentos; pero tuvo la mala suerte de que se rompiera el ojo de la aguja. Después cogió el alfiler, y atándole el hilo a la cabeza procuró acabar su labor; pero tal fue la fuerza empleada que le arrancó la cabeza y disgustada lo echó con la aguja en la cesta y se fue. Con que aquí estamos de nuevo, se dijeron, parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; no tenemos ya motivo para reñir. ¡Cómo nos asemejamos a los seres humanos que disputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los pierden, y luego... echados en el polvo, como nosotros, descubren que son hermanos!” A todos tarde o temprano nos sobrevienen las aflicciones. Cuando esto ocurre, es bueno pensarse prójimo, cercano. Eso permitirá aliviar la pena, el dolor, hermanados en la esperanza.  

jueves, 17 de septiembre de 2020

Las dos ranas

 “En todo esto tengan en cuenta el tiempo en que vivimos, y sepan que ya es hora de despertarnos del sueño. Porque nuestra salvación está más cerca ahora que al principio, cuando creímos en el mensaje.” Romanos 13,11

Se cuenta que: “Dos ranas, una optimista y otra pesimista, cayeron al mismo tiempo en dos vasijas que contenían leche. La rana pesimista dice: No puedo salir de este cacharro, porque las paredes son muy lisas. No puedo respirar en la leche, voy a asfixiarme, estoy perdida. Y, en efecto, se asfixia y muere. La rana optimista no sabe tampoco qué hacer; pero como es optimista trata de hacer algo y se agita en todos sentidos. Como se está moviendo continuamente, bate la leche con tanto vigor que ésta se transforma en mantequilla. La rana entonces se sienta sobre la mantequilla y puede respirar libremente. Esto prueba que quien posee un carácter optimista hace siempre algo, aun cuando no sepa qué hacer para salir en una situación difícil; pero sigue luchando y confiando en Dios y él es poderoso para hacernos más que vencedores.” La iglesia, cuerpo de Cristo pueblo del Señor, vive anhelando la venida y definitiva presencia del Reino. Pero, esta espera, más allá de las circunstancias que la rodeen, debe ser una espera activa, dinámica. Más allá de las dificultades y las pruebas que la vida nos vaya poniendo por delante, confiar en que el Dios todopoderoso estará presente en todo momento y lugar e irá dando respuestas a cada una de las vicisitudes que vivamos. Por eso la exhortación a despertar del sueño, a quitarnos la modorra y la pereza, a allanar el camino de Aquel que viene.