En el taller sobre "Biblia y Poder" del martes 30 de Octubre en la Iglesia Valdense, Villarino 30, el pastor Darío Michelín Salomón, compartió con los grupos estos tres textos, muy interesantes para ver qué opinaban los "poderosos" de ellos en aquellos tiempos:
En el III Concilio de Letrán (Roma) realizado en 1179 bajo el Papa
Alejandro III se presentaron dos valdenses (presumiblemente uno era Valdo)
presentándole al Papa una traducción de la Biblia en lenguaje común del sur de
Francia. Sobre todo, pedían autorización para predicar aunque no fueran
sacerdotes sino como laicos. El encargado de entrevistarlos es un prelado
inglés Walter Map, quien, luego del Concilio hace un relato de este encuentro.
“… me fueron presentados dos
Valdenses, considerados los principales de la secta. Habían venido para
disputar sobre la fe, no por amor de la búsqueda de la verdad… En primer lugar,
pues presenté a ellos preguntas facilísimas sobre cosas que a ninguno le es
lícito ignorar, aunque consciente de que el asno, habituado como está a comer
los cardos, desprecia la lechuga… (luego le hace algunas
preguntas doctrinales con una pequeña trampa).
Ante estas palabras surgió un
expreso clamor de repulsa: ellos fueron objetos de mofa de parte de todos y se
retiraron confundidos, y con toda razón, ya que no eran guiados por nadie y
pretendían ser guías de otros, a semejanza de Fetonte que no conocía ni
siquiera los nombres de sus caballos.
Ellos no tienen paradero fija, sino
que van de dos en dos a pie, descalzos, con un vestido de lana; no poseen nada;
tienen todas las cosas en común según el ejemplo de los apóstoles, siguiendo
desnudos al Cristo desnudo. Por ahora de inician de modo humilde, porque no
pueden hacer pie, pero si los admitimos seremos dominados por ellos. Quien no
lo crea que escuche bien lo que he predicho sobre este asunto…”
(en TOURN, Giorgio Los Valdenses Tomo I, Iglesia Valdense, Colonia
Valdense, 1983, pp. 25-26).
Pedro Valdo
El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero dio a conocer las “95 tesis” en las
cuales criticaba y refutaba la doctrina de las indulgencias. Con ello dio
origen a un movimiento que sacudió la Iglesia de su tiempo y llegó hasta el
Imperio. Es así que en 1521, el Emperador Carlos V citó a Lutero para que
atestiguara acerca de la autenticidad de sus libros y de la veracidad de sus
afirmaciones. Del artículo “Lutero en la
Dieta de Worms” (en Obras de Martín Lutero, Volumen I, Paidós, Buenos
Aires, 1967) extraemos los siguientes párrafos:
“Como, pues, Vuestra Serenísima
Majestad y Vuestras Señorías pedís una respuesta simple, la daré de un modo que
no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen mediante testimonios de las
Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al Papa ni a los
concilios solos, porque consta que ha errado frecuentemente y contradicho a si
mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras aducidos por mí y mi
conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme
de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia. Qué
Dios me ayude” (pp.271-172).
Al finalizar su alegato, expresa:
Ante todo, muy humildemente doy las
gracias a la Serenísima Majestad Imperial, a los príncipes electores, a los
príncipes y demás estados del Imperio por la audiencia tan benigna y clemente…
En todo este asunto he deseado sólo una reforma conforme a las Sagradas
Escrituras y en ella he insistido con toda urgencia. En lo demás toleraré todo
por parte de la Majestad Imperial y del Imperio: vida y muerte, fama e infamia.
No me reservo absolutamente nada para mí sino solo el derecho de confesar y
testimoniar libremente la Palabra del Señor. Con toda humildad me encomiendo y
me someto a la Majestad Imperial y a todo el Imperio” (p.279).
Martín Lutero
Calvino había estudiado derecho y adhiere a las ideas de la reforma
alrededor de 1534 y radicándose en Ginebra en 1536. Escribe varias obras entre
ellas, la más importante “Institución de la Religión Cristiana”; la primera
versión es de 1539 ampliándola sucesivamente hasta la 4ª y definitiva de 1559.
En esta obra, el último capítulo está dedicado a “La potestad civil” (Libro
Cuarto, Capítulo XX).
“Porque este reino espiritual
comienza ya aquí en la tierra en nosotros un cierto gusto del reino celestial,
y en esta vida mortal y transitoria nos da un cierto gusto de la
bienaventuranza inmortal e incorruptible; pero el fin del gobierno temporal es
mantener y conservar el culto divino externo, la doctrina y religión en su
pureza, el estado de la Iglesia en su integridad, hacernos vivir con toda
justicia, según lo exige la convivencia de los hombres durante todo el tiempo
que hemos de vivir entre ellos, instruirnos en una justicia social, ponernos de
acuerdo los unos con los otros, mantener y conservar la paz y tranquilidad
comunes. Todas estas cosas admito que son superfluas, si el reino de Dios, cual
es actualmente entre nosotros, destruye esta vida presente. Mas si la voluntad
de Dios consiste en que caminemos sobre la tierra mientras suspiramos por
nuestra verdadera patria; y si, además,
tales ayudas nos son necesarias para nuestro camino, aquellos que quieren
privar a los hombres de ellas, les quieren impedir que sean hombres… Porque
siendo tan grande la insolencia de los malvados, y su perversidad tan contumaz
y rebelde, que a duras penas se puede mantener a raya con el rigor de las
leyes, ¿qué podríamos esperar de ellos si se les dejase en libertad tan
desenfrenada para hacer el mal, cuando casi no se les puede contener por la
fuerza?
(CALVINO, Juan, Institución de la religión cristiana, Tomo 2,
Fundación Editorial de Literatura Reformada, Países Bajos, 1968, p. 1169
Juan Calvino
Espero que estos escritos nos llamen a reflexión a la hora de menospreciar a otras personas, que tal vez no estén tan confundidas ni equivocadas.
Estela Andersen
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