viernes, 5 de junio de 2020

Una pequeña vela

“…de modo que pude llevar a cabo la predicación del mensaje de salvación…” 2 Timoteo 4,17


“Una pequeña vela descubrió qué ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza servía para ser encendida. Aunque no entendía de qué se trataba, comenzó a soñar con ser encendida. Hasta que por fin un día, la Luz verdadera que ilumina a todo hombre, llegó con su presencia contagiosa y la encendió. Y nuestra vela se sintió feliz por haber recibido la luz que vence a las tinieblas. Se dio cuenta de que haber recibido la luz constituía también una fuerte exigencia. Tomó conciencia de que para que la luz perdurara en ella, tenía que alimentarla desde el interior, a través de un diario derretirse, de un permanente consumirse. Entonces su alegría cobró una dimensión más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación. Se dio cuenta de que en el mundo existen muchas corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y a la exigencia que había aceptado de alimentar la luz desde el interior, se unió la llamada a defender la luz de ciertas corrientes de aire que circulan por el mundo. Su luz le permitió mirar más fácilmente a su alrededor y alcanzó a darse cuenta de que existían muchas velas apagadas. Y se preguntó muy preocupada: ¿Podré yo encender otras velas? Y, pensando, descubrió también su vocación de apóstol. Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había consumido totalmente al servicio de la luz, dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su rostro: ¡Cristo está vivo en mí!” 

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