jueves, 27 de mayo de 2010

Mensaje de la pastora Estela Andersen con motivo de la Celebración Ecuménica del 24 de Mayo en la catedral de Viedma

DEUTERONOMIO 8: 17-18

“No digas en tu corazón: "Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad", sino acuérdate de mi Señor, tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy.”

Con todos los festejos del bicentenario recuerdo cómo llegaron mis antepasados, y seguramente la mayoría de los antepasados de las personas que hoy están aquí presentes. Sé por mis padres que Argentina significó una tierra de esperanza, paz y trabajo, y con ese espíritu llegaron, agradecidos a Dios porque, como el pueblo de Israel, Dios tenía reservado para ellos una tierra que mana leche y miel.
Y fue así, Dios tenía reservado para ellos la prosperidad y la libertad de poder cultivar su fe en una tierra con lugar para todos. Una tierra en donde tuvieron a sus hijos, a sus nietos, y en mi caso personal, bisnietos.
Hoy escucho con tristeza como nuestra gente, nuestro pueblo, habla de este país, como algo ajeno, algo que no los involucra, pienso en mi abuelo que llegó a los 5 años, aprendió a hacer lazos y a tomar mate, cosa impensable en su país natal. Pienso en unas palabras escitas por mi abuela materna en donde expresaba su amor por esta tierra. Pienso en cómo fui criada amando mi tierra, aunque en un idioma extraño, con una cultura del trabajo y de conciencia que el esfuerzo es parte de esta vida junto con los ideales, y miro a mi país y me pregunto: ¿será que nos hemos olvidado que este país tan maltratado, nuestra Argentina, fue una bendición y lo sigue siendo? ¿qué nos ha pasado que queremos que todo nos caiga del cielo si es bíblico que a través del trabajo, del esfuerzo, que todos recibimos la bendición de Dios?
Los tiempos han cambiado y nos hemos alejado de Dios, creemos que nuestro esfuerzo, nuestra “suerte”, es la que nos permite prosperar. No nos damos cuenta de que sin la bendición de Dios nada es posible, y que es por eso que nos encontramos hoy a 200 años del primer gobierno patrio, cada uno tirando para su propio lado, sólo buscando cada uno nuestro propio beneficio.
Cuando pienso en aquellos que arriesgaron sus vidas, en los que lucharon por sus ideales, en los que se aventuraron cruzando el océano, en los sueños de todos aquellos que confiaron que con la protección de Dios, aquí iban a encontrar todo lo que esperaban, y veo la desesperanza y el sálvese quien pueda en la que estamos inmersos, las palabras del libro de Deuteronomio vienen a mi mente diciendo que las cosas pueden ser diferentes si nos acordamos que es Dios quien nos permite prosperar en armonía, haciendo de esta tierra, de nuestra Argentina, la tierra que mana leche y miel, en donde todos podemos convivir en paz, cada uno con lo necesario para vivir.
Dios prometió a nuestros antepasados que aquí encontrarían su patria, y fue así. Aquí convivimos diferentes etnias, con sus costumbres, su fe, cosa que no es así en otros lugares del mundo. Argentina es una tierra llamada a vivir en la diversidad y el respeto mutuo por todas sus características. Pero para que esto sea así, debemos, necesariamente, volver nuestro corazón a Dios y ver en las personas que nos rodean a nuestros hermanos, con los mismos derechos que nosotros.
En este día en que estamos celebrando el bicentenario de la gesta de Mayo, Dios nos llama al desafío de valorar la vida, buscar la unidad y trabajar unidos por un país en donde todos la sientan su casa. Amén.

Estela Andersen
pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

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