jueves, 25 de febrero de 2021

2do Domingo de Cuaresma

“Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre tendría que sufrir mucho, y que sería rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Les dijo que lo iban a matar, pero que resucitaría a los tres días. Esto se lo advirtió claramente. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo. Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a Pedro, diciéndole: ¡Apártate de mí, Satanás! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres. Luego Jesús llamó a sus discípulos y a la gente, y dijo: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y por aceptar el evangelio, la salvará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? O también, ¿cuánto podrá pagar el hombre por su vida? Pues si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con los santos ángeles.” Marcos 8,31-38

Segundo domingo del tiempo de Cuaresma. Segundo domingo donde en este caminar hacia el misterio de Semana Santa, de la Pascua de Resurrección, nos encontramos con este texto evangélico donde Jesús por un lado anuncia lo que va a ocurrir con él: que va a ser apresado, va a ser martirizado, crucificado y muerto. Es el anuncio que Jesús hace sobre su muerte. Por otro lado, pero en íntima relación con lo anterior, se nos habla acerca del significado profundo que tiene, o debería tener, en nuestras vidas el seguimiento de este Jesús al cual confesamos a boca abierta como Señor y Salvador de nuestras vidas. El anuncio de su muerte, el compartir esta noticia a sus discípulos, los conmociona; los discípulos se sienten confrontados, ante la experiencia de la partida de su Maestro, pero, también, quizás un poco entre sorprendidos  y acongojados. Acongojados porque cuando la enfermedad o la muerte o las dificultades sobrevienen a nuestras vidas y las compartimos con quien marcha a nuestro lado, esa noticia aflige al corazón de la hermano o del hermano. Pero sorprendidos porque en la mentalidad de los discípulos no pueda entra o caber la idea de que este Jesús al que ellos siguen, este al cual ellos consideran Hijo de Dios, el Mesías que ha venido al mundo, pueda sufrir, mucho menos el escarnio y la muerte. Convengamos que en la mentalidad de los discípulos está también presente la mentalidad que se hace lugar en el corazón y la mente del pueblo, de que el Mesías, el Hijo de Dios, ha de irrumpir en la realidad de ese pueblo que sufre, pero irrumpir con victoria, con poder, y la muerte no se condice para nada con esta idea. ¿Qué de poder y victoria puede haber en la muerte?, máxime teniendo en cuenta  el escarnio que significa la muerte en la cruz. Por eso los discípulos reaccionan, porque no alcanzan o no quieren entender lo que Jesús está compartiendo con ellos. Porque en verdad lo que Jesús hace es mostrarles, enseñarles, que esto que va a ocurrir con él forma parte del plan de salvación que Dios tiene para su pueblo y para la humanidad toda. Sin sufrimiento, sin dolor, no puede existir la experiencia de la muerte. Sin la experiencia de la muerte, uno no puede experimentar el gozo  y la gracia de la resurrección. Y Jesús reprende a sus discípulos, y un poco como para terminar de cerrar la idea, y para darle claridad y entendimiento a quien lo escucha habla del seguimiento y habla ya no de su cruz si no de la cruz de aquel que se dice ser su discípulo, su apóstol. Porque el seguimiento, el confesar con los labios que Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías, nuestro Señor y Salvador; esa profesión de fe, implica, o tiene como consecuencia, el gesto concreto de manifestarse a favor de eso que uno profesa. Es decir, a dar testimonio que en verdad Jesús es el Cristo, el Mesías, Señor y Salvador nuestro. Y ese testimonio nos debe conducir por el mismo camino comprometido, a favor del reino de Dios, que tuvo Jesús. No puede haber otro camino. Uno puede pensar, pensar con lógica si se quiere, que si nuestro Maestro y Señor, como consecuencia de su proclamación a favor del reino de los cielos, sufre la persecución y la cruz, no podemos ser menos. Si en verdad nuestro testimonio y compromiso es con el reino de los cielos, entonces cada gesto, cada palabra, debe ser un mojón, un pequeño paso, un pequeño allanar el camino de ese reino de los cielos que ha de regresar, porque estamos inmersos en esa promesa: de que el reino viene a ser cumplimentado de una vez y para siempre. Que esto que se ha iniciado en Galilea, que esto cuyo primer acontecimiento, primer mojón, la muestra de lo que vendrá es precisamente la cruz de Cristo y su Resurrección. Ha de venir al final de los tiempos como una realidad visible del poder de Dios invisible que su Espíritu hace presente. Queridas hermanas, queridos hermanos, si somos discípulos de Jesús, pues bien, seguir las huellas del Maestro implica experimentar el rechazo que ha sufrido, el dolor que ha sufrido, la muerte misma como consecuencia de nuestro seguimiento. Por eso cargar la cruz, porque cargar el peso de la cruz, a través de nuestra caminada por el desierto de la vida, implica el gesto comprometido de aquel que es capaz de compartir su fe, especialmente con el que sufre, especialmente con aquel hermano, aquella hermana, que quizás está desesperanzado, está dolido, está angustiado. Y cargar la cruz es también subir al Gólgota para que ese madero, nuestro madero, sea enclavado al lado del madero que contiene el cuerpo del Maestro. Que Dios nos bendiga hermanas y hermanos para que en este tiempo de Cuaresma podamos seguir meditando en oración y en escucha atenta de la Palabra de Dios que es lo que Dios nos pide. Que es, no solo lo que nos pide, sino cuál es el mejor compromiso o mayor testimonio que hemos de dar a favor de este reino que se nos ha hecho presente y visible en el rostro de Cristo. Cargar nuestra cruz e ir tras los pasos del Maestro ese es nuestro cometido como hombres y mujeres de fe. Que Dios a través de su Santo Espíritu afirme nuestros pasos y nuestra caminata. Amén. 

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