miércoles, 22 de abril de 2009

¡A no tirarse a morir!

Viento y arena… es todo lo que hay. Kilómetros y kilómetros de dunas, algunos pastos secos, carcazas de vacas muertas, alambrados tapados por la arena. Los campos están desiertos, los corrales vacíos, casi ridículos, sin sentido…

Para el que no ha pasado por estos caminos antes piensa: ¿a quién se le ocurre poner una chacra tan bien acondicionada en un lugar tan inhóspito? La arena vuela por las orejas y no se puede abrir los ojos. La arena golpea la piel, la castiga, como también el corazón y la esperanza de los campesinos de aquellos lugares. Se han tenido que ir al pueblo: en el campo no se puede ni respirar, los días de viento (que son los más) el polvo inunda el interior de las casas… ya no queda nada, ni un animal para cuidar…

Todo es muy triste y afecta no sólo a los campesinos directamente, sino a toda la población de Ströeder, Carmen de Patagones, Viedma y otros poblados más pequeños.

Los abuelos pagan la escolaridad a sus nietos con la jubilación, porque los padres, los jóvenes, la fuerza de trabajo, no tienen cómo hacerlo. Las familias se han ido cerrando puertas adentro, como los productores sus tranqueras…

¿Qué decir? ¿qué hacer? Estas son las preguntas que nacen desde el corazón. ¿Cómo hablar de esperanza? ¿cómo hablar de futuro?

La tierra vuela con las esperanzas, la política del gobierno no los tiene en cuenta, porque son pocos, sus votos no cambian nada. Existe un proyecto de implementación de riego desde el río Negro similar a la del otro lado del río, pero ahí está, sólo es un proyecto, y de ahí no pasa. ¿Qué tiene que pasar para que se escuche la voz de los desesperados? ¿quién gana cuando otros están perdiendo tanto?

La desesperación es grande igual que la incertidumbre, ¿qué va a pasar mañana? ¿de qué vamos a vivir? Palabras y preguntas que nadie contesta.

La sequía… el agua que no viene… la lluvia que no cae… polvo y más polvo… tormentas de arena…

En 1 Reyes 17:7-24, el pueblo de Dios también experimenta la sequía, cuenta del torrente que se secó por falta de lluvia, de la miseria en la que cayó el país por falta de agua… y también cuenta la historia de una mujer viuda que vivía con su hijo…

Parece que la mujer estaba tan mal que su plan era amasar un pan, comerlo y echarse a dormir junto a su hijo hasta que los sorprendiera la muerte, así de oscuro veía el futuro. Vino Elías y le pide que le haga un pan con la última harina que le quedaba, para comerla entre los tres, con la promesa de Dios que:

“No se acabará la harina en la tinaja,
no se agotará el aceite en la orza
hasta el día en que Yahveh conceda
la lluvia sobre la haz de la tierra.”


Después el niño cae enfermo y muere, entonces, de la mano de Elías, Dios lo vuelve a la vida y se lo entrega en los brazos de su madre. Ella reconoce entonces la grandeza de Dios, y que Elías es un hombre de Dios.

Una historia conmovedora, en medio de una gran sequía, en donde renace la esperanza a partir de la comunión y el acompañamiento mutuo. Un modelo para llevar a la práctica en situaciones similares, un modelo, tal vez, para los habitantes de Ströeder y la comarca Patagones-Viedma…

¿Qué se puede hacer en medio de la desesperación, de la arena que vuela, de los pastos secos, de los animales muertos? ¿tirarse a morir después de haber comido el último pan?

¡De ninguna manera!

Hay cosa para hacer, hay formas de soportar hasta que “Dios conceda la lluvia sobre la haz de la tierra”. Así como Elías obligó a la mujer a compartir lo poco que tenía (el texto dice que le gritó) para sacarla del estado de depresión y de la pasividad, de la misma manera es necesario sacudir a la gente de Patagones y alrededores. Es necesario sacudir a los que están bajando los brazos y entregándose ante esta realidad tan dura, para que despierten, para sacarlos de la depresión y la pasividad.

Compartir y hablar de sus sufrimientos, ver que hay otros que están en las mismas condiciones, escuchar las experiencias de otros que no se han dejado caer, puede servir para salir adelante, para lograr aguantar.

Confiar que Dios está junto al que sufre, que está ahora entre ellos, los que están padeciendo las consecuencias de esta sequía tan prolongada, y que a pesar de los pronósticos, no le hará faltar lo necesario para la vida, y que tiene el poder de resucitar, de volver a la vida lo que estaba muerto, esa es la esperanza que los puede sostener.

Siempre hay algo para hacer, pero nunca solos, siempre en comunidad, compartiendo, apuntalándose. Bajar los brazos, y decir “ya está, no puedo más” es lo que los oportunistas esperan, y eso no lo debemos permitir.

Cuando unimos nuestras aflicciones y debilidades, y las ponemos en las manos de Dios, se transforman en fortaleza y la creatividad comienza a actuar. Confiar en el poder de Dios, confiar que a través de palabra, de la reflexión en comunidad, se sale fortalecido y renovado, es una de las claves para salir adelante.

Hay tiempos buenos y tiempos malos, el libro de Eclesiastés lo dice muy claramente: “Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo” (3:1).

Ahora es tiempo de sequía, pero la lluvia vendrá, cuando sea su tiempo. Los tiempos de Dios no son los mismos que los nuestros, por eso desesperamos. Justamente por esa razón Jesús, a través de su grupo de seguidores, nos enseña que si nos mantenemos unidos y compartimos nuestras tristezas y preocupaciones, ese tiempo pasará más rápido y mejor. Y aunque la arena vuele por las orejas y nos la sacuda lastimándonos la piel, la fe en Dios y en su protección no permitirán que nos tiremos a morir.

Estela Andersen

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